El amor: el caballero y la dama

PrincesayCaballeroNobleEl amor es una de las fuerzas que mueve a los caballeros  a triunfar en las aventuras más peligros, las más arriesgadas. Amor omnia vincit debían de pensar los autores y lectores de tantos libros de caballerías. Un caballero andante sin amores es un cuerpo sin alma, no es nada. El amor no está reñido con la caballería y le otorga un nuevo sentido al ejercicio de la misma. El amor por la dama enaltece al caballero, le obliga a acrecentar su fama y a acometer las más diversas aventuras. Por ella el caballero participará en justas y torneos, aceptará desafíos y arriesgará su vida poniéndose siempre a salvo de su recuerdo. Para ella serán también todos los triunfos, el homenaje de los vencidos en su nombre.

El amor por Dulcinea del Toboso es uno de los elementos esenciales de la construcción del personaje de don Quijote:

«Limpias, pues sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma»

Pero no tuvo muchas ocasiones don Quijote de solazarse con su dama. Lo que sí tuvo que sufrir es un encuentro amoroso con otra dama: la «linda» Maritornes, confundida en la imaginación del hidalgo manchego con una de tantas doncellas lascivas que pululaban por los libros de caballerías de finales del siglo XVI. Y es que, a medida que pasa el siglo, el erotismo irá cobrando más importancia en las aventuras caballerescas.

El requerimiento amoroso

ginebra-lance-1El caballero se mantiene siempre fiel a su dama y rechaza nuevos amores. En su andadura, el caballero cautiva involuntariamente con su persona, su fama y sus hazañas a muchas mujeres que se enamoran de él. Reinas y princesas, dueñas casadas y viudas, doncellas andantes, viejas encantadoras, son en este caso las que toman la iniciativa, las que declaran sus sentimientos y ofrecen libremente su amor. El héroe caballeresco excusa tales proposiciones descubriendo su corazón y declarando expresamente la fidelidad a su señora o criticando, como hace Filorante en el Clarisel de las Flores, todavía libre de amor, la desvergüenza de tales ofrecimientos. Si el rechazo amoroso puede provocar en ocasiones la venganza de la dama desdeñada, como amenaza la amante de Filorante y como hará también la Altisodora cervantina, en otras el requerimiento del caballero puede dar pie a una burla amorosa como la ideada, en el Florisel de Niquea, por Fraguador de los Ardides y sufrida por los viejos caballeros Moncano y Barbarán, que quedan colgados en su camisa de la ventana por la que querían entrar a ver a sus amadas y similar a la proyectada por Maritornes (capítulo 43, 1ª parte).

El desafío por la dama

Justas-medievales

Su belleza sin par es en mucha ocasiones objeto de disputa, el pretexto para aceptar pasos y cruzar las armas con otros caballeros no dispuestos a asumir tamaña mentira cuando también ellos están enamorados. Albanís de Frisa, por ejemplo, en el Palmerín de Inglaterra, prohíbe el paso por unos fresnos camino de España a todo aquel que no reconozca que Arnalta es la dama más hermosa del mundo. Florarán, Floreados y Almaizar se niegan a confesarlo y se ven obligados a franquear el paso con su espada. El mismo pretexto esgrime Sansón Carrasco cuando, bajo el sobrenombre del Caballero del Bosque (capítulo 14, 2ª parte) y de la Blanca Luna (capítulo 64, 2ª parte) desafía a don Quijote o cuando este prohíbe el paso de los mercaderes toledanos (capítulo 4, 1ª parte).

La penitencia amorosa

caballeroCodiciosoEl amor caballeresco está plagado de obstáculos. El continuo deambular del héroe por cortes y caminos obliga a la separación de los amantes y a largas ausencias, paliadas a través de presentes, noticias y cartas intercambiadas. La separación aviva el amor, pero también parece enturbiarlo con malentendidos que conducen a lo locura transitoria. Los celos femeninos se convierten en el mayor enemigo  de la enamorada pareja y es la dama la que suspende verbalmente o por escrito la relación. La ruptura sume al caballero en una profunda desolación y le lleva a retirarse del mundo a abandonar las armas y a recogerse en un lugar aislado, a mudar su nombre y condición para hacer penitencia amorosa. Así le ocurrió a Amadís de Gaula, quien, después de recibir una carta de su amada Oriana, abandona el mundo, se pierde en las florestas hasta llegar a la isla Pobre, donde espera la muerte convertido en Beltenebros:

Entonces comió, pero muy poco, que no podía de sí partir aquella grande angustia en que estaba; y cuando fue hora de dormir, el buen hombre se echó sobre su manto y Amadís a sus pies, que en todo lo más de la noche no hizo, con la gran cuita, sino revolverse y dar grandes suspiros; y ya cansado y vencido del sueño se adormeció, y en aquel dormir soñaba que estaba encerrado en una cámara oscura que ninguna vista tenía, y no hallando por donde salir, se le quejaba el corazón; y le parecía que su cormana Mabilia y la doncella de Dinamarca a él venía, y ante ellas estaba un rayo de sol que quitaba la oscuridad y alumbraba la cámara, y que ellas le tomaban por las manos y decían: «Señor, salid a este gran palacio»; y le semejaba que había un gran gozo, y saliendo veía a su señora Oriana, cercada alrededor de una gran llama de fuego, y él, que daba grandes voces, diciendo: «¡Santa María, acórtela!», y pasaba por medio del fuego, que no sentía ninguna cosa, y tomándola entre sus brazos la ponía en una huerta, la más verde y hermosa que nunca viera. Y a las grandes voces que el dio, despertó el hombre bueno y lo tomó por la mano diciéndole qué había; el dijo:
— Mi señor, yo hube ahora durmiendo tan gran cuita, que a pocas fuera muerto.
—Bien pareció en las vuestras voces—dijo él—, mas tiempo es que nos vayamos.
Y luego cabalgó en su asno y entró en el camino. Amados se iba a pie con él, mas el buen hombre le hizo cabalgar en su caballo con gran apremio que le puso, y así fueron juntamente como oís, y Amadís le rogó que le diese un don en que no aventuraría ninguna cosa. Él se lo otorgó de grado, y Amadís le pidió que en cuanto con él morase no dijese a ninguna persona quién era ni nada de su hacienda, y que no le llamase por su nombre, mas por otro cual él le quisiese poner, y desde que fuese muerto, que lo hiciese saber a sus hermanos porque le llevasen a su tierra.
—La vuestra muerte y la vida es en Dios— dijo él—., y no habléis más en ello, que Él os dará remedio si lo conocéis y amáis y servís como debéis; mas decidme, ¿qué nombre os place tener?
—El que vos por bien tuvierais — dijo él.
El hombre bueno lo iba mirando cómo era tan hermoso y de tan buen talle y la gran cuita en que estaba, y dijo:
—Yo os quiero poner un nombre que será conforme a vuestra persona y angustia en que sois puesto, que vos sois mancebo y muy hermoso y vuestra vida está en grande amargura y en tinieblas; quiero que hayáis de nombre Beltenebros.
Amadís plugo aquel nombre, y tuvo al buen hombre por entendido en habérselo con tan gran razón puesto, y por este nombre fue él llamado en cuanto con él vivió, y después gran tiempo que no menos que por el de Amadís fue loado, según las grandes cosas que hizo, como adelante se dirá.
Garci Rodríguez de Montalvo, Amadís de Gaula, libro II, capítulo XLVIII.
 [Textos extraídos del apéndice «Motivos y tópicos caballerescos» de Mari Carmen Marín Pina, edición digital de Don Quijote de la Mancha, realizada por el Instituto Cervantes y dirigida por Francisco Rico y de la edición digital de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, realizada por la Biblioteca Nacional de España y el Ministerio de Cultura.]

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