Quevedo vs. Góngora: el arte de insultar

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Tomo prestado el título del post del blog «Desequilibrios» porque si hay algo que dominan estos dos grandes poetas es el arte de insultar.  Inteligentes, brillantes, con un dominio apabullante de la lengua, tenían ambos  un carácter hosco y desagradable que les llevó  a protagonizar uno de las disputas poéticas más violentas de la historia de la Literatura.

Leamos unas cuantas «perlas» que se dedicaron el uno al otro. Cedamos primero la palabra a don Francisco que de esto de insultar sabía lo suyo:

Quevedo era tan duro y agresivo como Góngora y uno de los pocos rivales a la altura del cordobés. Su ingenio, su portentosa capacidad para la sátira, su crueldad sin límite, se desarrollaron totalmente en sus enfrentamientos con  don Luis.

Quevedo era antisemita (que, para los que no me atienden en clase, significa que odiaba a los judíos) y siempre acusaba a Góngora de ser de origen judío por su enorme nariz.

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;
apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.
¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

En este otro soneto, Quevedo ataca la suciedad de los versos de Góngora:

Vuestros coplones, cordobés sonado,
sátira de mis prendas y despojos,
en diversos legajos y manojos,
mis servidores me los han mostrado.
 
Buenos deben de ser, pues han pasado
por tantas manos y por tantos ojos,
aunque mucho me admira en mis enojos
de que cosa tan sucia hayan limpiado.
 
No los tomé porque temí cortarme
por lo sucio, muy más que por lo agudo;
ni los quise leer por no ensuciarme.
 
Y así, ya no me espanta el ver que pudo
entrar en mis mojones a inquietarme
un papel de limpieza tan desnudo

La aparición de las Soledades y el Polifemo convirtió las sátiras personales que venían cruzándose los poetas en parte de una amplia polémica literaria. Quevedo parodió, ridiculizó hasta donde pudo, y era mucho, el nuevo estilo. Las parodias quevedescas empezaron a circular.

Quevedo se ríe en este poema de Góngora y nos enseña cómo, siguiendo sus instrucciones, podemos acabar escribiendo como Góngora en un solo día:

Aguja de navegar cultos con la receta para hacer «Soledades» en un día, y es probada.

Quien quisiere ser Góngora en un día
la jeri (aprenderá) gonza siguiente:
fulgores, arrogar, joven, presiente,
candor, construye, métrica, armonía;
poco, mucho, si, no, purpuracía,
neutralidad, conculca, erige, mente,
pulsa, ostenta, librar, adolescente,
señas, traslada, pira, frustra, harpía.
Cede, impide, cisuras, petulante,
palestra, liba, meta, argento, alterna,
si bien, disuelve, émulo, canoro.
Use mucho de líquido y de errante,
su poco de nocturno y de caverna,
anden listos livor, adunco y poro;
que ya toda Castilla con sola esta cartilla
se abrasa de poetas babilones,
escribiendo sonetos confusiones;
y en la Mancha pastores y gañanes,
atestadas de ajos las barrigas,
hacen ya soledades como migas.
 

Prosigue Quevedo su burla del estilo de Góngora. Ahora se ríe de los cultismos léxicos  y de los neologismos o palabras nuevas que inventa Góngora en su búsqueda de la dificultad y la belleza. Para los que no me atienden en clase, un cultismo léxico es un préstamo de una lengua culta, en nuestro caso, del latín o del griego que durante un periodo más o menos largo funciona como neologismo, por ejemplo: la palabra adolescente en época de Góngora era un cultismo léxico procedente del latín; en la actualidad, adolescente se considera ya palabra patrimonial porque se ha generalizado su uso.

¿Qué captas, noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas,
las reptilizas más y subterpones?
Microcósmote Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.
Tu forasteridad es tan eximia,
que te ha de detractar el que te rumia,
pues ructas viscerable cacoquimia,
farmacofolorando como numia,
si estomacabundancia das tan nimia,
metamorfoseando el arcadumia.
 
 

Aquí el famosísimo soneto A una nariz, dedicado, cómo no, a su archienemigo, al que, como he dicho antes, acusaba de ser judío.

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito

Por último, el título de este poema deja bien clara la intención «Contra Luis de Góngora». Quevedo se burla aquí, muy crudamente, de la forma de escribir de Góngora que utiliza términos muy rebuscados para decir cosas muy sencillas y muestra en este poema cómo Góngora hablaría del «culo», con perdón:

Contra Don Luis de Gongora
 
Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;
este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;
el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;
éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.
 
 

Habla ahora don Luis de Góngora, que también era fino insultando. Si Quevedo se reía de la nariz de Góngora, Góngora se burla ahora de los pies zambos de Quevedo, que hacían que anduviera cojeando, y de sus gafas, los famosos «quevedos»:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.
 

Este último poema, atribuido a Góngora, titulado  A don Francisco de Quevedo:

Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.
Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel, que desde el Faro de Cecina
a Brindis, sin hacer agua, navega.
Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,
que en oro engasta, santa insignia,
aloque, a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.
 

 

ENCUESTA BARROCA

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